...Tipografías del planisterio...

El verso murió

Ni la vida ni la obra Giorgio Agamben

Es en la creación, en el «punto de su génesis» y no en la obra cuando creación y recreación (o descreación, como quizá debería decirse) coinciden perfectamente. En las lecciones y en los apuntes de Klee, la idea de que esencialmente sea «no la forma, sino la formación (Gestaltung)», se repite continuamente. Nunca es necesario «dejar que escapen de la mano las riendas de la formación, cesar el trabajo creativo». Y así como la creación recrea continuamente y destituye al autor de su identidad, igualmente la recreación impide que la obra sea sólo forma y no formación. «La creación», se lee en un apunte de 1944, «vive como génesis bajo la superficie visible de la obra»: la potencia, el principio creativo no se agota en la obra en acto, sino que continúa viva en ella; es, en realidad, «lo esencial en la obra». Por eso el creador puede coincidir con la obra, encontrar en ella su única morada y su única felicidad: «El cuadro no tiene fines particulares, sólo tiene el objetivo de hacernos felices». ¿En qué modo la relación con una práctica creadora (un arte, en el sentido amplio que esta palabra tenía en el Medievo) puede hacer posible la relación consigo mismo y el trabajo sobre sí? No se trata sólo del hecho -por supuesto, importante- de que nos otorga una mediación y un plano de consistencia a la, de otra forma, inasible relación consigo mismo. Porque aquí -como en el opus alchymicum- el riesgo sería entonces el de pedirle a una práctica externa -la transformación de los metales en oro, la producción de una obra- la operación sobre sí misma, mientras que de una a otra no existe en realidad otro pasaje que el analógico o el metafórico. Conviene, entonces, que -a través de la relación con el trabajo sobre sí-la práctica artística también sufra una transformación. La relación con una práctica externa (la obra) hace posible el trabajo sobre sí sólo en la medida en que se constituye como relación con una potencia. Un sujeto que buscase definirse y darse forma sólo a través de su propia obra se condenaría a cambiar incesantemente su propia vida y su propia realidad con su propia obra. El verdadero alquimista, en cambio, es aquel que -en la obra y a través de la obra- contempla sólo la potencia que la ha producido. Por eso, Rimbaud había llamado «visión» a la transformación del sujeto poético que había intentado alcanzar por todos los medios. Lo que el poeta, transformado en «vidente», contempla es la lengua -es decir, no la obra escrita, sino la potencia de la escritura-. Y porque, en palabras de Spinoza, la potencia no es otra cosa que la esencia o la naturaleza de cada ser, en cuanto tiene la capacidad de hacer algo, contemplar esa potencia es también el único acceso posible al ethos, a la «seidad». Es cierto, la contemplación de una potencia puede darse sólo en una obra; pero, en la contemplación, la obra está desactivada y permanece inoperosa y, de este modo, es restituida a la posibilidad, se abre a un nuevo uso posible.

Verdaderamente poética es la forma de vida que, en la propia obra, contempla su propia potencia de hacer y de no hacer y ahí encuentra la paz. Un viviente no puede nunca ser definido a través de su obra, sino sólo a través de su inoperosidad, es decir, del modo en que manteniéndose, en una obra, en relación con una potencia pura, se constituye como forma-de-vida, en donde ya no están en cuestión ni la vida ni la obra, sino la felicidad. La forma-de-vida es el punto en el que el trabajo de una obra y el trabajo sobre sí coinciden perfectamente. Y el pintor, el poeta, el pensador -y, en general, cualquiera que practique un «arte» y una actividad- no son los sujetos soberanos titulares de una operación creadora y de una obra; son, más bien, vivientes anónimos que, contemplando y haciendo siempre inoperosas las obras del lenguaje, de la visión y de los cuerpos, buscan tener la experiencia de sí mismos y de mantenerse en relación con una potencia, es decir, de constituir su vida como forma-de-vida. Sólo llegados a este punto, obra y Gran Obra, el oro metálico y el oro de los filósofos, pueden identificarse por completo.

[El fuego y el relato]