...Tipografías del planisterio...

El verso murió

Abogando por el plano Adán Marín

Pecado de la juventud sería decir que existe algo nuevo, peor aún, que lo inventamos nosotros. Que el verso está mal, que la prosa esta mal y que nosotros, con nuestro nuevo aparato mental, traemos servido el pan en agua a la boca del resto de nuestra generación. Demasiado suave es esa cuchara. Una tentación demasiado antigua y honda, aquella que nos inclina hacia el placer del llamamiento, la proclama del paraíso descubierto, el de peor clase, el interior.

Por diferenciación diríamos que no es verso ni prosa, aquello que es nuevo por retorno y asimilación, el plano. Como quien dice un verso, un párrafo, un plano. Cada cual, elemento definitorio y piedra de tope, de su método. La poesía en verso, la prosa poética y, lo que evitamos de llamar por su nombre, la poesía plana, el plano. Pero esto no sería suficiente, parir por diferenciación. Menos aún si está fuese solo de carácter formal. Aunque por ello empezaríamos, si no estuviésemos ya en otro lugar.

Cual es el problema del verso? El limite, pero su existencia nos comprueba por hecho sus posibilidades, su sincretismo de belleza, de imagen sucedida. Pero algo nos llama a rechazarlo en nuestra practica inmediata, al menos en sus métodos corrientes. Sea su cadencia cardíaca, su modo concretamente practico de lectura, o algo que se nos escapa, oculto en su vertical disposición y corriente, como una cascada con piedras en el vértice y algunas otras interrumpiendo su caída clara, de cortina, antes del reposo, del pensamiento. Algunos intentan combatirlo, espaciando, como tejas caídas, entre lineas las palabras, o hacen esfuerzos aún mayores de arabescos. La forma, tomada entonces por su más literal engaño, la orientación y cardinalidad en el plano de la pagina, nos aburre. La forma, principal preocupación de quien busca el goce estético, radica más en el conjunto o no conjunto imaginario de significados, cosa que no terminaremos de explicar aquí. Primeramente contradictorio en apariencia. La forma no puede habitar el significado. Pero es aquella forma la que exprime la verdadera pulpa deliciosa, la forma de los significados. La imagen del rio que se levanta y cobra vida, y a modo de voluntad propia, da de beber en la boca a los seres pasajeros.

Entonces pasa una aplanadora por el verso, concatenando cada linea con la anterior, y pasa antes de ser el verso escrito, en el pensamiento, de modo que continua vigoroso y no es solo pegamento de saliva para cartas tristes, y lo que aplasta, queda, se resiste a perder su forma, porque no existe cosa que desaparezca. Aquí, sin escatimar en detalles, podría pensarse que aquello es la prosa, la prosa poética. Pero ella se viste primero con los huesos del habla, y con la ropa que viste trabaja la gruta, su inscripción de hoja de palma. El verso entonces presenta una oscuridad, adherida del pensamiento versado, de la misma manera en que la hija desarrolla las peculiaridades de sus padres. En el fondo de la hermética, cuando se ha tomado un verso anterior y colocado enfrente de uno siguiente, pareciera hacer como la llave a la cerradura al levantar cada uno de sus dientes, hacer, entonces, agua el cuadrado, la luz. El verso, y el plano por principio heredado, nos permite apelar a la sabiduría del cubano: La oscuridad está en el que oye, para los que tienen luz nada es oscuro. ¹ Y podríamos entonces criar palomas en el campanario. De ahí que el plano se parezca más al verso. A primera vista, por un puro impulso mimético y por la disposición del texto contra su fondo, posible fuera decir que es más hermano de la prosa. Errarían. El plano es un verso muy largo. Quitado el limite de la linea, del quiebre, el río no desborda, solo que ahora, crecido, es tan ancho que se toca de borde en borde dando la vuelta al mundo, y su raudal es medido en toda dirección, hacia atrás, adelante, arriba y abajo.

El verso común, con su despacio continuo entre linea y linea, es el equivalente, en el mundo de lo real, al dibujo de una cebra. Linea negra contra blanca contra negra. Su flujo es un flujo de filas. El cuerpo de la cebra esta desaparecido, vivimos dentro de su dimensión. Las dos dimensiones del dibujo. Y el avance predilecto, caer, a modo de bosque horizontal. La mirada lo recorre como un camino trenzado.

El plano, en aparente contradicción, quitando una dimensión, agrega otra y la que ha quitado, la renueva. Quita la dimensión vertical y se convierte en solo avance, solo horizonte. Y en ello agrega la profundidad. En el plano las palabras, como en los mapas digitales, que a medida que nos acercamos, las montañas planas, los mares planos, comienzan a tomar relieve, y hasta el suelo submarino en el planisferio, se levantan. Ya es. Porque en el plano dejamos de pensar en la forma, y es el ojo el que encuentra, no como antes entre linea y linea, los espacios blancos, sino la falta del ojo, la que encuentra ahora entre palabra y palabra, los caracteres, la imagen iluminada.

El plano funciona entonces como filas y columnas, en que cada fila tiene su cantidad propia de columnas. La disposición de los espacios entonces nos interpone dos cebras. La imagen del ruido estático se congela en el texto, y contra cada repliegue y avance de papiro, formato ideal y predilecto del plano, se permite una renovación del camino, los surcos: Los recovecos de sucia naranja, crean un paraíso tonto de aves fenecidas. El relámpago rastrilla el vaciado, que el oscuro sarmentoso va comiendo, rompe la gruta donde su fantasma zarandea la gamuza, marca el fuego que la desnudará hasta el grito del cactus. ²

El ojo capaz ahora de saltar en diagonales o continuar como antes hacia, a su placer aquello, o abstraerse de toda lectura puntual, y leer en abstracto, mirando la neblina que sale de la hoja. Es ahí donde se encuentra el eje de la profundidad, el ojo abstraído, conectando las pequeñas respiraciones entre palabra y palabra, imagina y ve la cebra, no como antes, en que vivíamos dentro de su dibujo, sino todo su cuerpo, tridimensional y carnoso, elevado, retraído, alargado e hinchado. Quitando una dimensión hacemos uso de las tres.

El plano toma el gas enllamado de la vela liquida y dulce del verso, y lo hace retumbar por cada poro de la fogata, la hoja puede cambiar, agrandarse o disminuir. El plano solo lo atraviesa, y como una manifestación fortuita, se adecuá a ella, pero su elemento compositivo irreductible, sin contar la letra y la palabra, es él mismo, de lleno, enorme, continuo y sin final, plano y total. Aquel verso muy largo, demasiado largo, en que la sorpresa de una imagen olvidada es captada por el ojo, y al rio, antiguo, de las imágenes se le ha quitado el embalse, donde por fin puede descansar la hoja o el cadáver y admirar con calma el paisaje.

[1]: Lezama Lima al habla, citado por Manuel Pereira en El curso délfico

[2]: Siesta de trojes, La fijeza, Lezama Lima.